Reseña del Seminario Itinerante sobre Extractivismo en Bolivia
Escribe Caroline Weill, doctoranda del EHESS*
Del 30 de septiembre al 6 de octubre de 2024 se realizó en Bolivia la segunda parte del Seminario Itinerante sobre Extractivismo y Actividades Mineras. Como continuación de la primera edición celebrada a principios de diciembre de 2023 en el norte de Chile (titulada «Caminos hacia la transición energética. La circulación del litio, el cobre y otros metales estratégicos en los Andes del Sur”), esta sección boliviana se centró en “Saberes mineros y sistemas técnicos: actividades mineras conectadas en los Andes del Sur”. Partiendo de La Paz, recorrimos la mayor parte de los Andes bolivianos, en una gira centrada en el pasado y el presente mineros del país: Oruro, Llallagua, Sucre, Potosí y Uyuni. Siete días con treinta y cinco investigadorxs (historiadorxs, sociólogxs, antropólogxs, geógrafxs, un técnico de desarrollo, dos especialistas en comunicación social y un médico). Siete días con científicxs de Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Francia.[1] Siete días de visitas guiadas, exploraciones, encuentros, debates, intercambios, cuestionamientos, amistades incipientes y proyectos de investigación en colaboración.
Esta entrada de blog parte de una perspectiva totalmente personal para dar cuenta -necesariamente parcial- de los intercambios y experiencias de esta aventura colectiva y científica.
Al llegar en autobús de Cusco a La Paz (un viaje de sólo 14 horas y una noche – qué alivio después del viaje de 36 horas a Chile el año pasado), tuve que tomar la ruta del teleférico urbano. Para mí, que soy de Grenoble, me resulta extraño: ¡todos sabemos que los teleféricos están hechos para esquiar! Pero en los últimos diez años, La Paz ha creado media docena de líneas de teleféricos (azul, rojo, verde, café, etc.) que están resultando muy útiles para ir de la cuenca de La Paz al altiplano de El Alto, las dos partes de la capital boliviana, la primera más institucional y burguesa, la segunda más marcada por la migración rural, ayamara y proletaria. Pero para mí, La Paz es también la capital informal del Cusco, donde vivo desde hace casi diez años. En otras palabras, es una ciudad andina, con mujeres que llevan pollera (enaguas tradicionales) y sombreros típicos, rodeada de montañas, donde se puede comer tranquilamente chuño (la famosa patata seca andina) y charqui (carne seca, a menudo de llama).
Mientras que, en Lima, la ciudad criolla de la costa, heredera del legado colonial, lxs cusqueñxs se sienten sólo medio en casa. En cierto modo, sería más lógico que La Paz fuera la capital de Cuzco. Y es que La Paz, en Bolivia, también tiene una extraordinaria historia de organización social y política que se remonta a décadas atrás, y más recientemente una revolución cultural que desembocó en una nueva constitución política en 2006-2008, un punto de no retorno para las poblaciones históricamente marginadas del país. Desde la izquierda cusqueña tenemos una gran admiración por este pueblo que supo decir «no» a la reelección de un presidente que buscaba mantenerse en el poder, pero que mantuvo al Movimiento al Socialismo (MAS – partido político de Evo Morales) como instrumento político de transformación social. En resumen, para mí, venir a Bolivia y aprender más sobre la historia y el presente de la minería es una gran oportunidad.
Lunes 30 de septiembre, nuestro grupo se ha reunido en La Paz, frente a las oficinas del Instituto de Investigación para el Desarrollo, una institución francesa de investigación multidisciplinar que reúne a biólogos y antropólogos. En este mismo local se encuentra ubicada la oficina del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), unidad de investigación y plataforma de apoyo a la investigación francesa y europea que labora en Bolivia desde hace casi 50 años y principal promotor de este encuentro. Allí trabajan los organizadores de nuestro viaje: Pablo Quisbert, historiador boliviano especializado en el periodo colonial; Claude Legouill, socioantropólogo francés que trabaja sobre los campesinos mineros; Nicolas Richard, antropólogo franco-chileno que estudia actualmente la materialidad del circuito económico minero (carreteras, máquinas, técnicas, etc.); y Hernán Pruden, historiador argentino que vive en Bolivia desde hace veinte años y está especializado en la cocaína de ese país (quien tiene algunas historias fascinantes y a veces un poco locas que contar). Y sus colegas y colaboradorxs, con los que subimos apresuradamente al autobús con destino a Oruro.
En el imaginario colectivo de los Andes peruanos, Oruro es sobre todo el Carnaval, poblado de diablos coloridos y bailes frenéticos. Sin más que decir al respecto (octubre no es época de carnaval), lo cierto es que Oruro es también un centro importante de la historia minera del país. Nuestra primera parada fue la Facultad de Ingeniería de Minas, donde Pablo Quisbert presentó un libro de fotografías sobre la historia minera de la región, publicado recientemente. Pero lo que más nos impresionó a todxs fue la ponencia de un profesor universitario sobre «la la minería del futuro»: partiendo de la premisa (inamovible) de que la demanda de mineral es exponencial y no va a detenerse, explicó las tres formas en que pronto podremos hacer minería. En primer lugar, la minería subterránea profunda, a 3,5 km bajo tierra; la minería submarina, bajo las aguas poco profundas de los océanos; y la minería espacial: la idea es capturar asteroides y extraer todo el mineral precioso. Dado que el espacio no pertenece a ningún Estado, todos lxs terrícolas tendrían según este profesor derecho a acceder a estos recursos (por inverosímil que esto pueda parecer en un mundo en el que el acceso a los recursos es tan dramáticamente desigual). Según él, los expertos de la NASA estiman que si se explotaran los recursos de los asteroides cercanos a la Tierra, «cada habitante del planeta se beneficiaría de una fortuna personal de 100.000 millones de dólares». Así que estamos esperando con ansias nuestro cheque.
Después fuimos a visitar el Santuario de Nuestra Señora del Socavón, un museo minero que permite visitar la galería subterránea que utilizaban antiguamente los mineros. Como mujer, nunca había podido entrar en el túnel durante mi estancia en las provincias mineras (sobre el tema «por qué las mujeres no pueden entrar en las minas», les remito al excelente artículo de Pascale Absi, antropóloga feminista que ha trabajado con mineros bolivianos). Era la primera vez que penetraba así en las profundidades de la tierra. El olor a azufre, la humedad del aire, la frialdad de las paredes… No era muy profundo comparado con las galerías donde suelen trabajar los mineros, pero aun así era impresionante. Nuestro guía, con casco de minero y botas de goma, nos presentó al «Tío».
Esta figura es central para los mineros andinos, y bolivianos en particular: es el «dueño» de la mina, un espíritu de la montaña, a menudo confundido con el Diablo (que vive bajo tierra, como señalan los cristianos desde hace siglos). Pero, como insistió el guía, no tiene nada que ver con el Diablo de las representaciones cristianas. Es un espíritu al que hay que pedir permiso para entrar en el socavón, o pedir protección para este trabajo a menudo peligroso, y con el que se hacen tratos: tú me das el oro que posees, y a cambio yo te doy ofrendas. A menudo son hojas de coca, botellas de alcohol, fetos de llama, un poco de dinero, etc. A la entrada de todos los socavones (túneles mineros) de Bolivia hay una representación del Tío, que puede adoptar distintas formas: antropomorfo con rasgos típicos de minero (casco, linterna, pico), o simplemente un hueco en la roca o un agujero en el suelo. En cualquier caso, antes de empezar a trabajar en la mina, hay que masticar hojas de coca con el Tío, beber alcohol con él y tratarle con respeto y reciprocidad: es una condición sine qua non para explotar con éxito las entrañas de la tierra. Al día de hoy, decenas de personas acuden a este santuario para pedirle permiso para abrir una mina o un negocio, para agradecerle sus éxitos empresariales o para pedirle algo. Más allá del mundo de la minería, el Tío es una figura central en la vida social y espiritual de la ciudad de Oruro. En este sentido, Bolivia conserva ritos y tradiciones muy fuertes, mientras que en Perú están perdiendo fuerza con el avance de la modernidad occidental.
El segundo día visitamos la región al sur de Oruro, entre Huanuni y Llallagua. Se trata de una región con una larga historia minera. En Huanuni, por ejemplo, las minas de estaño se nacionalizaron con la gran revolución de 1952, pero esto también supuso el despido de un gran número de mineros, que se marcharon a buscar fortuna un poco más allá, bajo el sistema de cooperativas, lo que complejizó el panorama socioeconómico. Hoy en día, unas 5.000 personas trabajan en estas minas de estaño gestionadas por el Estado, y muchos de ellas «roban» (jurkeo, una práctica que se remonta a la época colonial, cuando los trabajadores indígenas intentaban compensar sus escasos salarios robando un poco de mineral) porque -dicen- estas minas pertenecen al Estado, «así que son de todos». Desde el mirador en lo alto de la ciudad, se ven claramente las infraestructuras antiguas y las nuevas, en el medio de un pueblo que vive principalmente de la minería.

A continuación, visitamos la cooperativa de mineros de Catavi, con un centenar de socios aproximadamente, que trabaja en un antiguo centro minero de estaño. En medio de las ruinas de un pasado glorioso, reutilizando máquinas (y a veces trozos de máquinas) de principios del siglo XX, los mineros reutilizan hoy los residuos de roca del pasado, para terminar de extraer el estaño que no se pudo extraer debido a una tecnología menos eficaz en el pasado. Aquí, pasado y presente se superponen en medio de gigantescas máquinas de otra época, dando la impresión de estar en medio de la película Tiempos Modernos, de Charlie Chaplin. La cara oculta de nuestras comodidades modernas, hechas de latas de hojalata y soldaduras de estaño por millar.
Luego, en Uncía, visitamos la casa de Simón I. Patiño, uno de los principales barones del estaño del país. Se trata de un personaje extraordinariamente complejo: de origen modesto, invirtió todos sus recursos en la mina La Salvadora, que un buen día de 1900 acabó «produciendo». Su nombre está ligado a un período de la historia en el que la explotación del trabajo era masiva y los gobiernos nacionales estaban generalmente a su servicio (aunque la cooptación del Estado por los intereses privados de los grandes grupos económicos no suele ser un rasgo específico ni de Bolivia ni de ese período de la historia). Patiño hizo construir parte de los ferrocarriles bolivianos (según sus propios intereses industriales, claro está), abrió su propio banco… en fin, un gran patrón. Pero también es una figura de reivindicación nacional frente al poderoso vecino chileno: poco a poco, y entre bastidores, fue comprando las acciones de la «Compañía Estañífera de Llallagua», la gran empresa minera chilena asentada en la región, hasta hacerse con el 75% de la misma, lo que equivalía a «nacionalizar» (o bolivianizar) las minas de Llallagua. También era -me cuentan mis colegas bolivianxs- un «cholo», con fisonomía andina, ampliamente discriminado y despreciado por la élite blanca boliviana. El nombre de Patiño aparece por doquier en la historia minera del país, y una fundación creada por sus herederos para gestionar su colosal fortuna ofrece becas a ornitólogos y otros científicos para formarse en conservación de la naturaleza en Europa y Norteamérica. Cabe preguntarse por qué esta fundación no sirve para remediar las daños medioambientales que dejaron sus actividades mineras hace más de cien años… Pero ésa es otra historia.
Finalmente, ese día (un día muy largo, por cierto), fuimos a la Universidad Siglo XX, una universidad bastante única, creada por y para los trabajadores de la región. Su objetivo declarado es liberar a los trabajadores bolivianos de la dependencia económica, política e ideológica, y liberarlos de la explotación del hombre por el hombre, para crear una sociedad justa, sostenible e igualitaria. El objetivo de esta universidad es la «formación de profesionales orgánicos de la clase obrera y de otras clases y nacionalidades explotadas y oprimidas, y su proyecto histórico es el poder popular multicultural». Un programa muy ambicioso. Sobre todo cuando el representante de la universidad explica que «Las universidades desde que nacieron, respondieron al contexto político y económico, fueron y son reproductoras del sistema de vida y de la política económica vigente. Como por ejemplo, la Universidad de la Sorbona en París fue la cuna del liberalismo; la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) fue la fábrica de socialdemócratas; y la Universidad de Harvard en los Estados Unidos es productora de neoliberales para el mundo». Por supuesto, cuando hablamos después con nuestrxs colegas bolivianxs, nos informan de los defectos, las deficiencias y la corrupción de la universidad. Sin embargo, fue la Universidad del Siglo XX la que produjo los análisis de metales pesados en el agua contaminada por las minas de Pocoata; mientras que en la región de Espinar (en el sur de los Andes peruanos), se tuvo que esperar el interés de académicxs norteamericanxs o europexs para que tales estudios vieran la luz. Personalmente, me impresiona esta apuesta por la profesionalización y la formación político-ideológica de la Universidad del siglo XX.
El tercer día visitamos otra cooperativa de mineros, Capasirca, que extrae oro. Nos habían advertido de que la historia de la minería también es muy fuerte aquí. La última gran masacre de mineros en Bolivia ocurrió en este lugar en 1996, conocida como la «masacre de Navidad» o la «masacre de Amayapampa». Este episodio hace eco a la presentación que hizo un historiador chileno cuando estuvimos en la Universidad del Siglo XX, sobre la masacre de Santa María en 1907, en la región de Iquique; la historia de los sindicatos mineros parece repetirse en la región sudamericana. He perdido algunos detalles de la masacre de Amayapampa, pero lo que más me llamó la atención fue la expresión desafiante y orgullosa de un minero que contaba cómo habían utilizado piedras muy duras (residuos de su actividad) y máquinas de compresión de aire para lanzarlas contra la policía. En Bolivia, la ira de los mineros sacude regiones enteras: y es que manejan explosivos todos los días en las profundidades de los socavones mineros, y que también pueden utilizarlos contra sus enemigos (de clase). La masacre de los mineros y su fuerte sindicalización también forman parte de esta región.
Los supervivientes de esta masacre son ahora los «inversionistas» de la cooperativa, y los que tienen más poder de decisión en la organización. Luego vienen los «socios», que trabajan en grupos de cinco o seis, repartiéndose la cantidad de oro extraída al final del día o de la semana. La cooperativa actúa como aseguradora, tanto desde el punto de vista financiero como en caso de accidente. Por último, los «peones» son los trabajadores más abajo de la escala social, que no forman parte oficialmente de la cooperativa y cuyas condiciones de trabajo son las más precarias. Los mineros abren los socavones con explosivos, luego extraen la roca, que muelen y mezclan con agua, que pasa por máquinas que separan el mineral por gravedad. Finalmente, lo que se recupera se mezcla con mercurio, que acaba separando el oro por completo. Mientras tanto, las esposas son «amas de casa», cuidan de los niños y las gallinas, pero no pueden producir mucho más que para autoabastecerse, por lo que dependen bastante del dinero que les puedan dar sus maridos. Una dependencia femenina de la renta minera masculina que conozco bien en Perú. Y es que en la cooperativa de Capasirca no trabaja ninguna mujer, aparte de una trabajadora de limpieza y la secretaria. Pero estos señores pasan rápidamente a otro tema, seguramente menos embarazoso, cuando les pregunto sobre el tema.
Almorzamos en Pocoata, un pequeño pueblo situado río abajo de todas estas minas, y que viene siendo afectado por la contaminación minera: el suelo se está secando, y con él los cultivos ; los animales se niegan a beber el agua maloliente y se mueren; los peces han desaparecido de los ríos. Lxs habitantes ya no quieren comprar productos agrícolas de Pocoata por miedo a la contaminación. Un proyecto de descontaminación de las aguas está en suspenso desde hace varios años, pero no avanza debido a la lentitud de la burocracia estatal y a una ley minera que no estipula explícitamente que una parte de las rentas mineras debe destinarse a proyectos de restauración del medioambiente. Pero también por la guerra interna del MAS, que absorbe todas las energías del partido y deja en suspenso la mayoría de las reivindicaciones populares. María, periodista de la comprometida radio Pío XII, estuvo al lado de los mineros cuando fueron masacrados por la policía, pero también al lado de las poblaciones rurales que viven principalmente de la agricultura y sufren la contaminación medioambiental. Su discurso es lúcido: «La vida es tan paradójica: es la minería la que sostiene la economía de este país. Puede ser depredadora y contaminante, pero es la única fuente de empleo. Así que lo que queremos es una minería responsable, con tecnologías limpias y medidas de seguridad industrial. Hay gente muy ecologista, pero ¿qué ofrece esa gente a los trabajadores para su subsistencia?». Pocas veces he oído a alguien tomarse realmente en serio los dos aspectos (en realidad contradictorios) de la actividad minera (principalmente informal): la necesidad de acceder a ingresos económicos y la preocupación por la cuestión medioambiental, por lxs que viven aguas abajo de las minas y por las generaciones futuras, sin que uno prevalezca sobre el otro.
Esa noche dormimos en Sucre la Blanca, magnífica ciudad colonial y capital constitucional de Bolivia (La Paz es la capital política y Santa Cruz – en la Amazonía – la capital económica). Al día siguiente, de camino a Potosí, pasamos por las orillas de un río contaminado por las aguas ácidas de una represa minera. Hace quince años, cuenta Isaac (psicólogo comunitario boliviano que ha trabajó en la región), el pueblo de enfrente era un desastre. El agua era gris, olía muy mal y ya nadie vivía en el pueblo. Todxs habían emigrado a causa de este desastre medioambiental, uno de los mayores de Sudamérica en las últimas décadas. La depresión y el alcoholismo habían empezado a hacer mella en lxs habitantes. Y luego, en colaboración con varias instituciones como el IRD, se pudo reconstruir una represa y sanear el agua. Por supuesto, es sólo un aplazamiento, ya que esta represa también podría romperse algún día; pero mientras tanto, me dice mi colega, es una gran victoria volver a ver el río decente y el pueblo rebosante de verdor. En breve se realizarán análisis para evaluar los niveles de metales pesados y los riesgos que sigue habiendo para la salud de lxs habitantes.
Después llegamos a Potosí. Para mí es un lugar un poco de peregrinación: el centro económico colonial que movilizó durante siglos todos los recursos y riquezas de Sudamérica. Potosí, el origen de todo, la fuente de la acumulación primitiva que permitió el desarrollo del capitalismo europeo, el comienzo de la explotación de las riquezas del Sur para subvencionar el nivel de vida del Norte, el crisol de las relaciones coloniales… Potosí, la famosa, la histórica, desde donde se vaciaron (y se siguen vaciando) las venas abiertas de América Latina, para retomar el título del libro de Eduardo Galeano.En Potosí, escuchamos primero las ponencias de Damir Galaz-Mandakovic Fernández (historiador y antropólogo chileno), sobre la historia monetaria de la región en la época colonial, y de Federico Helfgott (antropólogo peruano de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos), sobre una historia comparada de la minería en Bolivia y Perú. También visitamos la Casa de la Moneda. Aquí se recogía toda la plata extraída del Cerro Rico, que lleva cinco siglos produciendo plata ininterrumpidamente, aunque la producción varía con el tiempo. Durante nuestra visita, aprendimos que cientos de mulas venían de Argentina y morían en los molinos a los cinco meses. Que los nativos de todo Perú y Bolivia venían a hacer la mit’a, trabajo obligatorio en condiciones inhumanas, para la corona española. Que las esposas de los mineros los acompañaban a Potosí y vendían en el mercado piezas de plata robadas por sus maridos, que los españoles aceptaban, siempre y cuando los nativos siguieran trabajando sin rechistar. Y así sucesivamente, sobre las diversas estrategias para salir del círculo vicioso de la deuda que a menudo les encadenaba a esta ciudad y a los trabajos forzados. Pudimos ver antiguas monedas de plata y sus diferentes formas de estampado, objetos de arte, momias de recién nacidos muertos por todas las enfermedades que asolaban los cuerpos y las familias sobreexplotadas. Potosí, la grandeza y la opresión, la historia que marca una arquitectura magnífica en una ciudad donde -según mis colegas- los cánceres siguen siendo terriblemente frecuentes. Incluso subimos a la azotea de la Casa de la Moneda para hacernos una foto de grupo frente al Cerro Rico… pero bajé rápidamente, tengo miedo a las alturas, y las piernas me temblaron durante una hora.
Por último, fuimos a Uyuni, ciudad más conocida en los circuitos turísticos por su inmenso salar, una vasta extensión de sal hasta donde alcanza la vista. Durante la época de lluvias (entre noviembre y marzo), el salar queda cubierto por unos centímetros de agua, lo que lo convierte en un inmenso espejo al aire libre. Aunque Uyuni se ha convertido en una de las principales atracciones turísticas de Bolivia, es sobre todo una región clave, en el cruce de los ferrocarriles hacia Chile y Argentina: el cementerio de locomotoras al borde del salar es la mejor prueba de ello. Pero para nosotrxs, el principal interés era la mina de litio de la región, y la estrategia de industrialización de este mineral crítico para las baterías eléctricas y la transición energética. Esta región fronteriza entre Chile, Argentina y Bolivia (donde se concentran los distintos salares) es una de las principales reservas mundiales de litio. Dos de nuestros colegas, Manuel Olivera (investigador boliviano de desarrollo del CIDES) y Rodrigo Azócar (antropólogo chileno), presentaron algunos de los resultados de sus recientes trabajos sobre la extracción de litio en Bolivia y Chile, los métodos de extracción ineficaces, los ingresos finalmente bajos, el impacto medioambiental y los conflictos con las empresas transnacionales. Los discursos nacionales apuestan por esta industria, que en última instancia beneficia muy poco a los países y las sociedades sudamericanas; y como lo señala un colega boliviano, para combatir el cambio climático, esta industria acelera sus causas y consecuencias locales.
También intervino Yamileth, secretaria de la Federación Regional Unitaria de Trabajadores Campesinos del Sur (FRUTCAS). En primer lugar, recordó que antes de la revolución cultural de 2006, de la llegada de Evo Morales al poder y de la nueva Constitución, las empresas transnacionales eran las «dueñas de la tierra y del agua», «compraban al Estado» y extraían lo que querían. Hoy, los intereses de la «gente local», de esta tierra, de su identidad territorial, se oponen a los de las grandes empresas. Desde hace unos quince años, FRUTCAS está impulsando un proyecto de industrialización del litio: en palabras de Yamileth, es la esperanza de una vida mejor, de estar por fin conectadxs a las redes de agua y electricidad, porque en el salar «no hay absolutamente nada». Pero debe ser un proyecto 100% boliviano, y la población local debe ser la que impulsa y la que se beneficia: «nuestros propios ingenieros deben trabajar en el proyecto -pueden capacitarse técnicamente en otros lugares si es necesario, pero está descartado que empresas privadas se apropien de nuestros recursos». Yamileth afirma que el golpe de Estado de 2019, con la toma ilegítima del poder por parte de Jeanine Añez, frenó este proyecto de industrialización del litio por parte de la «población local». Considera que Luis Arce, el nuevo presidente, que también es del MAS, no es transparente, y que la información no circula; por lo que la población se movilizó pacíficamente para exigir que el proyecto siga adelante, y por ello fueron reprimidxs. La FRUTCAS propuso una ley sobre el litio, a través de una plataforma técnica nacional que toma en serio la cuestión medioambiental: «porque vivimos aquí, y el impacto medioambiental lo vamos a sentir nosotros en primer lugar». Sin embargo, el proyecto de ley fue rechazado por el jefe del Estado y modificado sustancialmente; en estas condiciones, la FRUTCAS ya no quiere formar parte de este proceso y se ha retirado. Su organización reclama también una mayor autonomía regional para la gestión financiera y técnica de los proyectos de desarrollo: la mayor parte de los ingresos mineros de Uyuni van al presupuesto nacional, pero la región no ve ningún proyecto concreto de desarrollo de infraestructuras sociales y materiales (transportes, hospitales, escuelas, etc.) en este territorio.
Y así terminó nuestro seminario itinerante: con una comida colectiva en medio del salar de Uyuni, frente a la inmensidad de la sal y el cielo, riendo, compartiendo y debatiendo. El viento casi se lleva la tienda de lona, y el sol se llevó lo mejor de nuestras retinas, con la sensación de que este momento es fugaz pero inolvidable.

*Versión adaptada de un texto publicado inicialmente en la página www.ritimo.org bajo licencia Creative commons.
[1]La apuesta por el lenguaje inclusivo en este texto se basa entre otros en el trabajo de Eliane Viennot, quien plantea que el lenguaje es una forma de representación mental del mundo que hace visible ciertas cosas y oculta otras. El mundo minero es al fin y al cabo un mundo de hombres, estudiado principalmente por hombres. El uso del lenguaje inclusivo para hacer visibles a las mujeres en este marco es, pues, una apuesta científica y política importante, en particular en este ámbito de estudio sobre el extractivismo y la minería.
OpenEdition vous propose de citer ce billet de la manière suivante :
comunicación ifea (6 novembre 2024). Reseña del Seminario Itinerante sobre Extractivismo en Bolivia. IFEA. Consulté le 24 mai 2025 à l’adresse https://doi.org/10.58079/12mm1